Ceguera asesina by Robin Cook

Ceguera asesina by Robin Cook

autor:Robin Cook [Cook, Robin]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 1992-01-01T05:00:00+00:00


9

23.50, jueves, Manhattan

—No está mal —dijo Tony. Él y Angelo salían de una pizzería abierta toda la noche en la Calle Cuarenta y dos, cerca de Times Square—. Ha sido una sorpresa. El sitio era como una pocilga.

Angelo no dijo nada. Estaba concentrado ya en el trabajo que venía a continuación.

Cuando llegaron al aparcamiento, Angelo señaló su sedán con la cabeza. El propietario del garaje, Lenny Helman, pagaba un dinero a Cerino. Angelo aparcaba el coche gratis porque solía ser el encargado de cobrar.

—Será mejor que no hayas rayado el coche —dijo Angelo después que el ayudante hubo llevado el sedán hasta la acera.

Una vez satisfecho de que no hubiera señal alguna en la pulidísima superficie de la chapa, Angelo subió, seguido de Tony, y arrancaron camino de la Calle 42.

—¿Qué toca ahora? —preguntó Tony, sentándose de lado para poder mirar a Angelo a la cara.

La luz de las relucientes marquesinas de neón de los cines del vecindario jugueteaba con las enjutas facciones de Angelo, dándole un aspecto de momia de museo recién destapada.

—Cogeremos la lista de «demandas», para variar —le dijo Angelo.

—Estupendo —dijo Tony con entusiasmo—. Me estoy cansando de la otra. ¿Adónde?

—Calle Ochenta y seis —dijo Angelo—. Cerca del Metropolitan Museum.

—Buen barrio —dijo Tony—. Apuesto a que habrá souvenirs que llevarse.

—No me da buena espina —dijo Angelo—. Barrio rico quiere decir alarmas sofisticadas.

—Tú con esas cosas te apañas de maravilla.

—Todo ha ido demasiado bien, creo yo —dijo Angelo—. Empiezo a estar preocupado.

—A todo le buscas problemas —dijo Tony riendo—. La razón de que nos haya ido bien es que sabemos hacer las cosas. Y cada vez lo hacemos mejor. Pasa igual con todo.

—A veces se mete la pata —dijo Angelo—. Aunque te hayas preparado a fondo. Debemos ser precavidos. Y estar al quite cuando suceda.

—Lo que pasa es que eres un pesimista —dijo Tony. Enfrascados en tomarse el pelo, ni Tony ni Angelo repararon en un Cadillac negro que iba dos coches más atrás. Al volante, Franco Ponti disfrutaba relajado de una cinta de Aida. Gracias al soplo de un contacto en Times Square, Franco había estado siguiendo a Angelo y Tony desde que estaban en la pizzería.

—¿A cuál le toca? —preguntó Tony.

—A la mujer —dijo Angelo.

—¿Es tu turno o el mío? —preguntó Tony.

Sabía perfectamente que le tocaba a Angelo, pero esperaba que este se hubiera olvidado.

—Me importa una mierda —dijo Angelo—. Hazlo tú, si quieres. Yo vigilaré al tío.

Angelo pasó varias veces frente a la casa antes de aparcar. Era una residencia de cinco pisos con una puerta de doble hoja en lo alto de un corto tramo de escalera de granito. Había otra puerta debajo de la galería de la planta baja.

—Creo que lo mejor será entrar por la puerta de servicio —dijo Angelo—. La galería nos protegerá un poco. He visto que hay una alarma, pero si es de las que yo creo, no será problema.

—Tú eres el jefe —dijo Tony, sacando su arma y ajustando el silenciador.

Aparcaron el coche casi una manzana más allá de la casa y regresaron andando.



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